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jueves, 10 de mayo de 2012

blackberry picking #82


dinosaurios


“La monja me insistió mucho para que no lo besara. Dijo que el cadáver estaba muy frío, pero yo la desobedecí y lo besé. Estaba helado, envuelto en sábanas. Estoy convencido de que no era el cuerpo de mi hijo”. Jesús Lizaso, de 81 años, recuerda perfectamente aquel momento, 21 de diciembre de 1972, en la clínica El Pilar, en San Sebastián. Entonces tenía 40 años, los que ahora tendría su hijo, el que cree que le robaron. No ha olvidado a la monja que intentó que no besara el cuerpo del bebé después de haber tratado por todos los medios de que no viera su cadáver. “Gritaba ‘¡que no, que no y que no!’. Tuve que ponerme un poco fuerte y decir que yo no me iba de allí hasta que me lo enseñaran. Y entonces me dijo que esperara, que lo iban a lavar. Mientras esperaba, llamé a un amigo que tiene una tienda de fotos para que viniera a hacernos algunas con el bebé. Entonces no todo el mundo tenía cámaras. Vino. La monja intentó que no hiciéramos las fotos. Yo le dije al fotógrafo que le hiciera una a ella y ella escapó”.
Jesús y su cuñada se hicieron fotos con el bebé muerto. “Después, la monja me dijo que ellos lo llevaban al cementerio y yo dije que a mi hijo lo llevaba yo. Ella me insistía: ‘Usted no puede llevárselo’, pero lo cogí, me lo subí al coche y fui directo al cementerio. Cuando llegué, el enterrador sabía lo que había pasado y me preguntó que cómo había hecho algo así. ‘Deje el niño ahí’, me dijo. Y yo lo dejé en el suelo y me fui. No tuvimos más. Ese fue mi último y único hijo. En el cementerio no hay rastro de él porque ha pasado mucho tiempo”.

Aún no sospechaban. Entonces no sabían que en Madrid, en la clínica San Ramón, se guardaba el cadáver de un bebé para enseñar a los padres, como denunció en 1981 la periodista María Antonia Iglesias. “¿Cómo iba a pensar que alguien pudiera hacer algo así?”, explica Jesús. “Después empecé a oír rumores de que se quedaban niños y volví a la clínica. No me quisieron dar el historial, pero dijeron que yo había tenido una niña, cuando el cuerpo que me habían dado era el de un niño porque yo lo había visto. Me puse muy nervioso y me recibió el director, que sacó un libro, señaló el lugar donde venía el nombre de mi mujer y dijo: ‘¿Ve? Hembra”.A su mujer, Juliana Calparsoro, nadie le comunicó que su hijo había muerto. “Se lo tuve que decir yo. La sedaron antes del parto. A mí el médico me dijo que el bebé llevaba ocho días muerto en el vientre de mi mujer y eso era imposible porque el día anterior, ella me había dicho ‘¡mira cómo se mueve!’ y yo había puesto mi mano en la barriga y lo había notado”.
Para entonces Jesús ya no podía pensar en otra cosa. Había acudido a aquella clínica porque su gremio de taxistas tenía un acuerdo para ser atendido allí. “Nunca me llegaron a pasar factura alguna. No pagué nada”, recuerda ahora con inquietud. Con los años conocería a otro taxista que cuenta una situación similar. “También le quitaron a su hijo”.
Jesús ha denunciado su caso a la fiscalía. “Mi mujer está muy mal. Llora mucho, nunca se olvidó”. Le han escrito hombres y mujeres pensando que puede ser su padre. “Con una chica me hice una prueba de ADN que salió negativa. Tengo que encontrar a mi hijo. Aquel cuerpo que me enseñaron no era suyo. Es imposible que llevase tantos días muerto dentro de mi mujer. Cuando le toqué la barriga se movía, se movía...”.
El País, 10.5.2012



[ilustración: Violeta E. D.]
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